En su discurso, señaló que “el abandono es la ‘enfermedad’ más grave del anciano, y también la injusticia más grave que puede sufrir: aquellos que nos han ayudado a crecer no deben ser abandonados cuando tienen necesidad de nuestra ayuda”.
A su vez, indicó que “un estado no puede pensar enriquecerse con la medicina. Al contrario, no hay deber más importante para una sociedad que el de proteger a la persona humana”.
Un día después de hablar de los ancianos en la Audiencia General del miércoles en la Plaza de San Pedro, volvió a hablar del asunto en este encuentro, en el que también dedicó tiempo a los cuidados paliativos.
“Los cuidados paliativos son expresión de las actitudes propiamente humanas de hacerse cargo los unos de los otros, especialmente de quien sufre”, destacó el Papa. Así, “ello testimonia que la persona humana permanece siempre preciosa, también si está marcada por la vejez o la enfermedad”.
“La persona, de hecho, en cualquier circunstancia, es un bien para sí misma y para los otros es amada por Dios. Por eso, cuando su vida se vuelve muy frágil y se acerca el fin de la existencia terrena, sentimos la responsabilidad de asistirla y acompañarla de la mejor manera posible”.
El Pontífice recordó que el cuarto mandamiento “asegura no sólo el don de la tierra, sino sobre todo la posibilidad de disfrutar”. “La sabiduría que nos hace reconocer el valor de la persona anciana y nos lleva a honrarle, es la misma sabiduría que nos permite apreciar los numerosos dones que cada día recibimos de la mano providente del Padre, y nos hace felices”.
Sobre esto, añadió que “el precepto nos revela la relación fundamental pedagógica entre padres e hijos, entre los ancianos y los jóvenes, en referencia a la custodia y a la transmisión de la enseñanza religiosa y de sabiduría a las generaciones futuras”. Algo que es “fuente de vida y de bendición”.
Pero la Biblia también se refiere a los que no respetan a sus padres y sobre esto, el Santo Padre dijo: “El mismo juicio vale hoy cuando los padres se vuelven ancianos y menos útiles y son marginados hasta el abandono”.
“La palabra de Dios está siempre viva y vemos bien cómo el mandamiento es de suma actualidad para la sociedad contemporánea, donde la lógica de la utilidad impera frente a la solidaridad y la gratuidad, incluso en el interior de las familias”.
El Papa quiso dejar claro que los mandamientos “no son ataduras que encarcelan, sino palabras de vida”.
Cambiando de tema, el Pontífice dedicó una parte de su discurso a la medicina, que “tiene un rol especial en la sociedad como testimonio de la honra que se le debe a la persona anciana y a cada ser humano. Evidencia y eficiencia no pueden ser los únicos criterios que gobiernen la actuación de los médicos, ni lo son las reglas de lo sistemas sanitarios y el sueldo económico”.
Sobre la situación que viven los ancianos en la actualidad, Francisco comentó que “tienen necesidad en primer lugar de los cuidados de los familiares, cuyo afecto no puede ser sustituido ni siquiera por las estructuras más eficientes y por los operarios sanitarios más competentes y caritativos”.
En este sentido, “cuando no son autosuficientes o su enfermedad está avanzada o es terminal, los ancianos pueden disfrutar de una asistencia verdaderamente humana y recibir respuestas adecuadas a sus exigencias gracias a los cuidados paliativos ofrecidos para la integración y el soporte de los cuidados prestados a los familiares”.
Por tanto, “los cuidados paliativos tienen el objetivo de aliviar los sufrimientos en la fase final de la enfermedad, y de asegurar al mismo tiempo al paciente un adecuado acompañamiento humano”.
“Se trata -añadió el Papa- de una ayuda importante sobre todo para los ancianos, los cuales con motivo de la edad, reciben siempre menos atención de la medicina curativa y permanecen a menudo abandonados.
El Papa concluyó expresando su afecto por el trabajo científico y cultural de estas personas y animó a los especialistas y estudiantes a especializarse en este tipo de asistencia ya que los cuidados paliativos “ponen en valor a la persona”.
Invitó a todos los que trabajan en este campo a “practicar esta labor conservando de manera íntegra el espíritu de servicio y recordando que cada conocimiento médico es de verdad ciencia, en su significado más noble, solo si se pone como auxilio en vista del bien del hombre, un bien que no se alcanza nunca “contra” su vida y su dignidad”.
Una capacidad de servicio que “mide el verdadero progreso de la medicina y de toda la sociedad”, indicó el Pontífice.
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